Los afganos se quedan solos.

Los afganos se quedan solos
 
Khusal mete primera y sube a la colina de Wazir Akbar Khan donde acaban de terminar la restauración de una piscina construida en la época de la invasión de la Unión Soviética. Tres grandes trampolines anuncian desde lejos la presencia de una instalación ahora pintada de azul y rodeada por una valla metálica, que según la Policía que custodia el lugar no estará lista hasta el verano, pero que se ha convertido en un punto de visita obligada para los curiosos. El taxista muestra orgulloso la fotografía que preside su salpicadero, un retrato del ex presidente Mohamed Nayibulá, el hombre de confianza de la antigua URSS en Kabul: «Mejor los comunistas que los muyahidines, entonces al menos teníamos un Gobierno fuerte y había leyes, Justicia, ¿qué tenemos ahora? ¿Quién cree en Karzai?», se pregunta en voz alta.

La proximidad del año 2014, fecha prevista para el repliegue las fuerzas internacionales, hace que muchos afganos echen la vista atrás para recordar los momentos previos a la salida del Ejército Rojo el 15 de febrero de 1989. «Cuando salieron los rusos dejaron a un presidente fuerte, respaldado por un partido y con unas fuerzas armadas leales. Ahora el presidente está solo, apenas tiene poder más allá de los muros de su residencia, y las fuerzas afganas solo tienen lealtad a su sueldo mensual», opina el analista político Haroun Mir, director del Centro para la Investigación y Estudios Políticos de Afganistán.
 
Desbandada rusa
Después de nueve años de guerra el Ejército Rojo salió de Afganistán tras sufrir 15.000 bajas. Desde mediados de 1988 se abrió un proceso de negociación con los muyahidines que culminó en una especie de frágil alto el fuego vigilado por la ONU. En Kabul quedó un gobierno afín encabezado por Mohamed Nayibulá, antiguo jefe de los servicios secretos, que cambió las antiguas bases marxistas de su partido por un renovado aliento nacionalista. De poco le sirvió, porque Nayibulá terminó ahorcado, y Afganistán sumido en una interminable guerra civil entre muyahidines y tribus de la que solo salió cuando los fanáticos y disciplinados talibanes se hicieron con el poder.

Y aun así, la retirada soviética al menos fue clara. «Fueron unas negociaciones transparentes, no como las de ahora. Nadie sabe lo que pasa en Qatar, Estados Unidos no cuenta con la ONU y no hay presencia del Gobierno afgano», critica un antiguo diplomático de la Unión Soviética que después de diecisiete años decidió regresar a Kabul en 2005 y está siguiendo el repliegue de la OTAN muy de cerca. «A lo que tenemos ahora no se le puede llamar proceso de paz, porque Estados Unidos no busca la paz: ellos quieren quedarse a toda costa en Afganistán», piensa este exdiplomático que alerta del grave peligro de «división interna en el país entre el sur, de mayoría pastún, y el norte».

Son dos épocas diferentes... pero con ciertas similitudes. Al igual que hace ahora la OTAN, también los rusos prepararon y armaron al Ejército afgano, llevaron a cabo un programa de desarme bastante parecido al actual proceso de reintegración e invirtieron en infraestructuras y desarrollo. «Con el mérito que supone acometer tal tarea en plena guerra fría, solos, y con el resto del mundo armando y financiando al enemigo», destaca el ex alto funcionario de Moscú que recuerda que «en aquellos tiempos no había muros de cemento en Kabul, el tráfico de las calles estaba abierto y los militares nunca circulaban por el centro urbano».
Futuro incierto

Once años después de la llegada de la OTAN, la visión de los afganos ha cambiado: «Al principio creímos que de verdad venían a ayudarnos, pero pronto nos dimos cuenta de que su único objetivo era su propia seguridad, por encima de la nuestra», apunta Omar Sharifi, miembro del Instituto Americano de Estudios Afganos. También Sharifi mira al pasado en busca de paralelismo, pero considera que «la gran diferencia entre las dos épocas es que contra los rusos hubo una especie de alzamiento nacional, y ahora la presencia talibán, aunque importante, no es tan generalizada. Son influyentes en las zonas rurales, pero no tienen el apoyo de las grandes ciudades».

Puesta del sol en la colina de Wazir Akbar Khan. Un grupo de agentes de la Policía que ha terminado el servicio se sienta a abrillantar sus botas a espaldas del gran trampolín ruso. «Estamos esperando que llegue 2014 para ser nosotros mismos los que manejemos la situación. Ya es hora de que las fuerzas internacionales salgan de Afganistán», reflexiona uno de los agentes, que recuerda la época en la que acudía a bañarse a este lugar.

Épocas incomparables
Como otros miles de afganos enrolados en las nuevas fuerzas de seguridad, también formó parte del Ejército preparado por la URSS. «Son dos épocas incomparables, lo único en común es el ambiente de violencia, las explosiones, los morteros... algo a lo que ya estamos habituados, aquí nada nos sorprende», sentencia antes de calzarse las botas e iniciar el camino de regreso a casa.

Quizás la gran diferencia entre ambas retiradas es que, en el caso de la soviética, EE.UU. estaba ansioso por una rápida salida. En cambio, ahora Rusia no tiene ninguna gana de que se retire EE.UU. Así lo afirmó el ministro de Exteriores ruso, Serguei Lavrov: «No nos convienen los plazos artificiales que se anuncian de forma orientadora para la retirada de Afganistán. Primero hay que lograr que las fuerzas de seguridad afganas puedan asegurar un orden elemental en Afganistán».

Fuente: http://www.abc.es

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