El ministro israelí de Defensa, Ehud Barak, ha tenido que rendirse a
la evidencia: el programa nuclear iraní es puramente civil como ya
dijeron en comunicado conjunto 16 agencias de inteligencia
norteamericanas en 2007, reconociendo que la república islámica había
abandonado sus aspiraciones militares atómicas en 2003, centrándose
desde entonces únicamente en los usos médicos, agrícolas y energéticos.
En la ridiculez de discurso de Netanyahu en la Asamblea de la ONU de
este año, mostrando una bomba marca ACME de cómic como figura probatoria
de la supuesta progresión del programa militar nuclear iraní, el primer
ministro israelí centró su discurso en que el uranio enriquecido al 20%
se iba a usar para construir una bomba atómica. Pocas semanas después,
se ha verificado que buena parte de los 189 kilos (casi el 40%) se
destinó en agosto a construir barras de combustible para alimentar un
reactor civil.
No obstante, a pesar de las evidencias, Barak ha opinado
que esto sólo retrasa entre 8 y 10 meses el punto de no retorno cuando
—considera— el país persa estaría en condiciones de construir armamento
nuclear, ignorando que para ello se debe alcanzar un nivel del 85% o más
y que esa tecnología está fuera del alcance de Irán al menos en un
periodo a bastantes años vista. La campaña de propaganda y desinformación puesta en marcha contra
Irán, que dura ya más de una década, ha tenido la dudosa virtud de
desviar la atención de un programa nuclear militar puesto en marcha al
margen de los convenios internacionales (TNP) y centrarse en otro
pacífico supervisado en por la Agencia Internacional de la Energía
Atómica. Obviamente, los enemigos de la república islámica saben de
sobra que se trata de un caso similar al de las armas de destrucción
masiva de Irak, pero también saben que la energía nuclear puede tener
usos duales y, por tanto, prefieren saltarse la legislación
internacional y evitar que el país se convierta en una potencia nuclear
renunciando por la fuerza a su soberanía, antes de que permitir que
consigan independencia energética, mayor capacidad exportadora de
combustibles fósiles y un desarrollo tecnológico propio que
posibilitaría, en el futuro, la producción de armas nucleares en el caso
de que decidieran hacerlo.
Sin embargo, aún en el caso de que fueran
ciertas las pretensiones persas, países atómicos y propiciadores de la
extensión de esta armamento a otros aliados al margen del TNP, no tienen
ningún tipo de legitimidad para impedir que cualquier otro estado los
desarrolle. Por eso utilizan la fuerza como herramienta. Lo que subyace bajo todo el montaje de la crisis iraní es una lucha
por borrar del mapa a cualquier país que se oponga a los designios de
EEUU e Israel en la región. Es justamente en ese contexto donde debe
enmarcarse la guerra contra Siria, los intentos de desestabilizacion de
Líbano, la represión de los movimientos populares en Bahrein y Arabia
Saudí y el bloqueo de Gaza. Todos son partes del mismo juego
geoestratégico cuyo principal objetivo no es otro que acabar con Irán,
el país más influyente de la región que aún conserva una política
independiente del eje occidental y que ejerce cierta influencia en las
poblaciones chiíes de todo el mundo.
Fuente: http://www.diario-octubre.com/
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