Pakistán en el camino afgano, Siria en el horizonte.


Las declaraciones de la secretaria de estado Hillary Clinton hace unos días, lamentando oficialmente el ataque aéreo norteamericano que causó la muerte de veinticuatro soldados pakistaníes en la frontera de Afganistán el pasado noviembre, y la inmediata autorización de las autoridades de Islamabad a la reanudación del paso de convoyes de suministros para las tropas internacionales en suelo afgano a través de su territorio, cerrado desde entonces a la espera de disculpas, muestran a las claras el interminable tira y afloja reinante en la controvertida y tensa relación entre Pakistán y Estados Unidos, condenados a entenderse y incrementar su cooperación a medida que se acerca el fin de la presencia militar extranjera en Afganistán y los talibanes no cesan en sus ataques al régimen de Kabul, sin el menor indicio de una posible negociación por el momento.

El tránsito por Pakistán, imprescindible en el repliegue de ISAF
De momento, la autorización pakistaní significa un ahorro a ISAF de aproximadamente cien millones de dólares mensuales, evitando el alto coste del apoyo logístico terrestre a través de Asia Central. Y también el restablecimiento de la normalidad en la comunicación entre el Gobierno y la élite militar de Pakistán -verdadera clase gobernante en el país- por una parte, y Washington y sus aliados por la otra: Una normalidad que reportará a las arcas paquistaníes el pago de 1.300 millones de dólares por su cooperación en operaciones contraterroristas, pero que ya ha suscitado también las protestas de los movimientos fundamentalistas pro-talibán, muy poderosos en las regiones fronterizas del nordeste del país.

No ha sido fácil conseguir las disculpas norteamericanas. En primer lugar porque, según la versión USA, el ataque aéreo se produjo en respuesta a otro procedente de Pakistán, y además porque, en tiempo preelectoral, la administración Obama no desea ser acusada de debilidad por el candidato republicano en ningún tema de política exterior. Al final, tras ocho meses de reproches, se han vuelto a tender los puentes. Ya era hora, pues Pakistán es absolutamente imprescindible en el camino de la estabilidad afgana en el futuro, tanto como lo es ahora para facilitar sin incidencias el tránsito de pertrechos que permitan el cumplimiento de los planes de repliegue.

En cualquier caso, la tensión permanente que ha caracterizado las relaciones entre norteamericanos y paquistaníes en los últimos años, y en especial desde la operación que acabó con la vida de Osama Bin Laden, no reporta más que perjuicios a ambas partes, y de rebote a la comunidad internacional que sustenta al régimen de Kabul. La asociación estratégica de Afganistán y Estados Unidos, tan publicitada a bombo y platillo, no tiene ningún porvenir si no forma parte de una entente estratégica más amplia en la región que tenga a Pakistán como uno de sus pilares fundamentales.

Un escenario sin conflictos hasta noviembre
Al parecer, el objetivo primordial de la administración estadounidense hasta la confrontación electoral de noviembre próximo es nadar y guardar la ropa en el exterior, dada la complejidad de la situación económica interna y el debate suscitado por las decisiones presidenciales sobre cuestiones tan sensibles a la opinión como, por ejemplo, la sanidad pública. En la cuestión siria, las iniciativas están principalmente en manos de la ONU, progresivamente más proclive a las tesis rusa y china de no impulsar sin más ni más el derribo del régimen de Bachar el Assad a manos de una oposición dividida y sin planes claros sobre el futuro del país.

En este sentido, las duras palabras de Hillary Clinton contra Rusia y China en la reciente conferencia internacional de Amigos del Pueblo Sirio en París con asistencia de representantes de la oposición siria, advirtiendo que en el futuro pagarán su actitud tibia con respecto a Assad, no ocultan el hecho de que nadie está interesado en traspasar los límites que pudieran polarizar el conflicto entre dos bloques de países enfrentados por el apoyo o el rechazo al régimen de Damasco.

Reticencias rusas al plan de paz de Kofi Annan para Siria
El plan de Kofi Annan para el futuro del país se ha demostrado inviable hasta el momento, porque, como dice Edward Burke en un lúcido artículo publicado en el New York Times, "Moscú tiene razón en criticar a Occidente por no tener ningún plan político para Siria. En varios borradores de resoluciones del Consejo de Seguridad, rechazados por Rusia y China, las potencias occidentales han solicitado que las fuerzas de seguridad sirias se confinen en sus cuarteles. Lavrov (ministro de Exteriores ruso) ha planteado la pregunta: ¿Quién les sustituirá para prevenir una violencia sectaria aún mayor? Los occidentales no tienen respuesta".

La falta de concreción en los detalles de lo que puede ser un nuevo edificio institucional en Siria es el principal escollo para la adopción de una postura unánime de las principales potencias, y mientras tanto, cada uno arrima el ascua a su sardina, en forma de ayuda militar, económica y diplomática a unos y otros, intentando colocar a cada uno en la mejor situación posible en la eventualidad de una solución negociada.

Nadie está interesado en una Siria inestable
Siria, por supuesto, no es Libia, y la repercusión de un país desestabilizado en una zona tan sensible tendría consecuencias imprevisibles para sus vecinos próximos -Turquía, Irán, Israel, Líbano- y para los intereses a medio y largo plazo de Occidente, Rusia y China. Así que una posible solución podría ser que Rusia, dada su postura actual de no implicación, mostrara el camino de una transición que se prevé difícil entre partidarios y enemigos del régimen sirio. Mientras, el goteo de miembros de la vieja guardia del régimen que abandonan a Assad hace prever que los días de éste como líder de Siria están contados. De lo que se trata es de buscar entre todos que de los cascotes de una tiranía derribada no emerja una tiranía aún mayor o, lo que es peor, un país a la deriva.

Fuente: http://www.revistatenea.es/

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