Todo es un decorado en Pyongyang.

En el centro espacial de Pyongyang solo falta el Dr. No para parecer el decorado de una película de James Bond de los 60. REUTERS
En el centro espacial de Pyongyang solo falta el Dr. No para parecer el decorado de una película de James Bond de los 60

Más que miedo, las fotos de las salas de mandos del fallido cohete norcoreano provocan risa. Parecen sacadas de una película no ya de serie B, sino Z, y la propaganda las muestra sin rubor alguno. ¿Se puede creer alguien que sean de verdad? Observemos las imágenes. En el centro espacial de Pyongyang, 16 técnicos ataviados con batas blancas permanecen con la vista fija en sus monitores en cuatro mesas distribuidas a ambos lados de una sala tan impoluta y reluciente que parece como si la acabaran de amueblar. Sobre las mesas y las cajoneras, ni un papel, ni un bolígrafo, ni siquiera los retratos de los “Queridos Líderes” que están por todo el país. 

De espaldas a la cámara, los técnicos permanecen rígidos como si estuvieran absortos en los datos de las pantallas. Mirando al frente, ni uno mira a su compañero sentado al lado, ni siquiera para hacer una consulta. Alguno incluso se esfuerza por darle un aspecto más auténtico a la foto y, como en esos falsos posados que pretenden ser naturales, señala con su dedo al monitor o se inclina interesado sobre la pantalla. En el centro de la sala, un cañón Sanyo – del que ni siquiera se han preocupado por taparle el nombre – proyecta las imágenes del cohete que aparecen en la pantalla del fondo como si fuera un circuito cerrado de televisión. 

A ambos lados, serpentean unos supuestos gráficos de colores con forma de electrocardiograma o medición sísmica, pero no se sabe si los cables que provocan dichas lecturas están conectados al cohete, a un enfermo terminal o al subsuelo de Corea del Norte. Mención aparte merecen los tres aparatos de aire acondicionado en la pared de la derecha. Evidentemente, unos conductos de refrigeración en el techo habrían exigido mucho más esfuerzo para los tramoyistas de la propaganda. ¿Serán los ordenadores reales? ¿Guardarán algo los cajones? Es más, ¿serán los técnicos de carne y hueso o muñecos? Pero donde, sin duda, el atrezo canta como Pavarotti es en otra foto del centro espacial de Tongchang-ri.

En el centro espacial de Tongchang-ri no hay ni un papel sobre las mesas, pero sí tres teléfonos a juego con las sillas del salón de la abuela. AFP

A falta de papeles sobre las mesas, buenos son teléfonos. Y no uno, sino tres, seguramente para hablar a dos manos con la rampa de lanzamiento y con el puesto de mando. Siempre y cuando tenga línea alguno de ellos. “¡Teléfono blanco, volamos a Pyongyang!”, podrían gritar los técnicos con los auriculares en ambas orejas, emulando a los “brokers” de la muy capitalista Bolsa de Wall Street. 

Igual de impagables son las sillas ergonómicas donde se sientan los presuntos científicos, que parecen las del salón de la abuela. Y, para terminar, el satélite Kwangmyongsong-3 (Estrella Resplandeciente 3), una caja negra que no desentonaría entre los bafles de una discoteca de la “Ruta del Bakalao” ni siquiera por la antena de Fisher Price y los cables que asoman de su parte superior.

El satélite Kwangmyongsong-3 (Estrella Resplandeciente 3) que Pyongyang quería poner en órbita para estudiar los cultivos. Con su antena de plástico, no desentonaría como bafle en una discoteca. AP
 El satélite Kwangmyongsong-3 (Estrella Resplandeciente 3) que Pyongyang quería poner en órbita para estudiar los cultivos. Con su antena de plástico, no desentonaría como bafle en una discoteca.

En Corea del Norte, todo lo que las autoridades enseñan a los extranjeros es siempre un decorado. Hasta la gente que los guías presentan a los visitantes. Como una parturienta con la que charlamos en abril de 2007 en un viaje organizado por la Asociación de Amigos de Corea, que dirige el español Alejandro Cao de Benós. Tras desgranarnos las bondades del sistema sanitario estatal y congratularse por que su hijo había nacido el mismo día que el “Presidente Eterno”, Kim Il-sung, le preguntamos por el nombre de la criatura. 

Se quedó blanca y muda. Visiblemente azorada, miró sin saber qué decir a los “guías-espías”, que titubearon unos instantes antes de salir con la más inverosímil de las excusas: “En Corea esperamos a que nazca el bebé y luego pensamos el nombre”. Se ve que no tienen tiempo durante los nueve meses del embarazo porque deben andar muy ocupados asistiendo a ejecuciones o desfiles militares, entrenando para los juegos de gimnasia masiva “Arirang”, haciendo cola con sus cartillas de racionamiento ante los poco surtidos economatos estatales o, simplemente, cuidando sus palabras y gestos al detalle para evitar dar con sus huesos en un campo de reeducación mediante trabajos forzados. 

Si no fuera por la falta de libertad, la represión, las torturas, el miedo, el hambre, la miseria y la alienación del individuo, Corea del Norte sería uno de los países más graciosos y divertidos del mundo. En su lugar, es uno de los más trágicos. Como dice Woody Allen, hay que llorar mucho para hacer reír.

Fuente: http://abc.es/

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