El régimen sirio comienza a fracturarse.


Una pequeña fisura se ha abierto en el granítico régimen sirio. La deserción del viceministro de Petróleo y Minería, Abdo Hussameldin, demuestra que no todo el Gobierno apoya la feroz campaña represiva del presidente Bachar el Asad. Hussameldin dice ser consciente de que su casa será destruida y de que su familia sufrirá persecución, porque ese es el precio que pagan quienes deciden sumarse a la oposición. Es posible que otros piensen como él pero prefieran mantenerse en sus puestos por miedo a las represalias.

El gesto de Hussameldin puede constituir un primer síntoma de crisis interna. También puede ser, sin embargo, un simple epifenómeno, una excepción dentro de un régimen que por el momento se mantiene muy cohesionado. El Asad ha comprobado que los rebeldes no recibirán ayuda exterior, salvo alguna aportación más o menos clandestina de material y armamento ligero desde otros países árabes, y que tampoco se realizará ninguna operación importante de ayuda humanitaria que entorpezca las operaciones del Ejército. El presidente sirio dispone de una aplastante superioridad militar y de manos libres para acabar con los opositores. Ahora es él quien lleva la iniciativa.

Las presiones diplomáticas externas son débiles. El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, asegura que Bachar el Asad caerá, pero reconoce que puede hacer poco para acelerar su caída. El enviado especial a Siria de la ONU y de la Liga Árabe, Kofi Anan, afirma que el suministro de armas a la oposición sería “contraproducente”. Anan tiene previsto viajar a Damasco hoy viernes, aunque no ha conseguido garantías de que le reciba el presidente. Una acogida de bajo nivel al enviado internacional sería un signo de que El Asad se siente fuerte. El ex viceministro del Petróleo justificó su decisión de romper con El Asad, en un video colgado en YouTube, por razones básicamente morales: “He formado parte del Gobierno durante 33 años.

No quería terminar mi carrera cooperando con los crímenes de este régimen. He preferido hacer lo correcto, aunque sé que el régimen incendiará mi casa y perseguirá a mi familia”. “Yo afirmo ante este régimen: habéis infligido a este pueblo que decís vuestro un año entero de dolor y aflicción, negándole la vida y la humanidad y llevando Siria hasta el borde del abismo”, añadió. Cabe la posibilidad de que Hussameldin se haya visto forzado a hacer esa declaración. En agosto, el fiscal general de la provincia de Hama, Mohamed al-Bakur, anunció en un video similar que dimitía como protesta por el uso de carros de combate contra manifestantes desarmados. No volvió a saberse de él, y en algunos medios de la oposición se admite que Al-Bakur fue secuestrado y obligado a leer un texto. Pero en Hussameldin no se percibe la tensión que reflejaba Al-Bakur, y parece bastante improbable la hipótesis de que un alto cargo gubernamental en Damasco haya podido ser víctima de un secuestro.

El ex viceministro hace referencia en su mensaje a que la economía siria está “cercana al colapso”. Eso es importante, y coincide con las observaciones de diplomáticos extranjeros en Damasco y de numerosos ciudadanos sirios. Los precios suben, la moneda sigue devaluándose, las exportaciones caen en picado y son frecuentes las colas ante las gasolineras, pese al continuo suministro de combustible por parte de Rusia. Los barcos fletados por Moscú permiten abastecer al Ejército, que gasta enormes cantidades de combustible en sus desplazamientos por el país para someter una ciudad tras otra, pero no bastan para las necesidades de la ciudadanía. Las sanciones económicas impuestas por la Liga Árabe y la creciente hostilidad de Turquía, un socio comercial vital, hacia el régimen de Bachar el Asad, hacen mella en la gente de a pie pero también en los sectores suníes adinerados de Alepo y Damasco, las dos mayores ciudades.

El presidente El Asad ha logrado convencer a las minorías religiosas (la alauí, de la que el clan presidencial y la élite del régimen forman parte, la cristiana, la chií, hasta cierto punto la drusa) de que él constituye el único dique frente al régimen islamista opresivo que formaría la oposición, básicamente compuesta por miembros de la mayoría suní. El Asad ha jugado hábilmente con el fantasma de las rencillas sectarias. La burguesía suní de las grandes ciudades ha mantenido durante décadas una alianza con el régimen alauí porque le reportaba estabilidad y beneficios. La desafección de ese sector, que algunos diplomáticos dicen empezar a percibir, supondría un grave problema para El Asad.

Fuente: http://internacional.elpais.com

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