Guerra Fría en el Ártico.


Un nueva Guerra Fría ha estallado entre Rusia y Occidente, pero no debido a la ampliación de la Alianza hacia el Este o el despliegue del escudo antimisiles, sino por el control de los ingentes recursos naturales del Ártico. Tras años de infructuosa espera, Rusia ha decidido tomar la delantera tanto a la hora de presentar por escrito ante la ONU sus reclamaciones territoriales sobre el indómito desierto helado que rodea el Polo Norte como al anunciar planes de desplegar tropas especiales en el norte del país para garantizar la defensa de sus intereses en la zona. Estados Unidos, Canadá o Dinamarca no están dispuestos a quedarse con los brazos cruzados y han anunciado medidas de respuesta, mientras potencias no árticas como China esperan pescar en río revuelto.

El presidente ruso, Dmitri Medvédev, ya había anunciado hace unos meses que la región ártica sería una de las zonas de interés estratégico de Rusia a partir de 2020. Y es que Rusia está cansada de esperar a que el resto de países árticos se decidan a lograr un acuerdo de reparto, por lo que ha decidido poner en marcha una política de hechos consumados. Por de pronto, el Ministerio de Defensa anunció recientemente la creación este año de dos brigadas árticas, cuyo número, equipamiento y localización aún está en el aire, aunque se sobreentiende que integrarán varios miles de efectivos y serán emplazadas a orillas de los mares Blanco y de Bárents. Esta noticia sentó mal a los otros países árticos, ya que Moscú siempre se había manifestado en contra de la militarización del Ártico. 

Moscú se defiende aduciendo que los tres países escandinavos -Suecia, Noruega y Finlandia- ya cuentan con cuerpos militares árticos. Sea como sea, el ministro de Defensa canadiense, Peter MacKay, no ha dudado en acusar a los rusos de iniciar una Guerra Fría en el Ártico. 

Los analistas apuntan que el Kremlin quería enviar un mensaje para navegantes de que Rusia no va a esperar eternamente para explotar el Ártico. Rusia pone como ejemplo de cooperación ártica a Noruega, con la que, tras casi medio siglo de desencuentros, alcanzó en 2010 un acuerdo por el que se repartieron salomónicamente por la mitad 175.000 kilómetros cuadrados de aguas del mar de Bárents en torno al archipiélago Svalbard. El acuerdo ha dejado manos libros a rusos y noruegos para explotar los recursos energéticos y pesqueros de la zona como les venga en gana. El primer ministro ruso, Vladímir Putin, ya ha advertido que, aunque Moscú "está abierta al diálogo", no tiene intención de renunciar a la defensa de sus intereses árticos. 

Uno de los factores que ha animado a Rusia a poner sobre la mesa sus pretensiones territoriales es el cambio climático. El pasado año la reducción de la capa de hielo debido al calentamiento global ya permitió que Moscú reabriera la ruta marítima sobre el Océano Glacial Ártico. El Gobierno ruso pronostica que el tránsito comercial el próximo año por esa ruta ascenderá a unos cinco millones de toneladas, casi el doble de la prevista para 2011. Si la tendencia se mantiene -los expertos vaticinan que a mediados de siglo la ruta ártica será navegable todo el año-, Rusia construirá nuevos puertos (península de Yamal) para abastecer a los barcos que opten por ese nuevo itinerario comercial en perjuicio del Canal de Suez. Ayudados por rompehielos nucleares, los barcos comerciales ahorrarían unas tres semanas en llegar a Shanghái con respecto a la ruta meridional.

Por todo ello, Rusia enviará próximamente al Ártico una nueva expedición que intentará recoger nuevos datos y evidencias que corroboren que las cordilleras submarinas de Lomonósov y Mendeléev son una continuación natural de la plataforma continental siberiana. En caso de que la ONU aceptara su reclamación de soberanía sobre la plataforma que une el norte de Siberia con el Polo Norte, Rusia se haría con el control de 1,2 millones de kilómetros cuadrados de lecho marino. Si tenemos en cuenta que, de acuerdo con algunos estudios, la región acoge una cuarta parte de las reservas mundiales de hidrocarburos, Moscú se convertiría de la noche a la mañana en la mayor potencia energética del siglo XXI.

El resto de países bañados por las aguas árticas han reaccionado sin dilación.Canadá anunció de inmediato la celebración en agosto próximo de los mayores ejercicios militares de su historia reciente en la zona, "Nanook" con la participación de más de mil militares, cazas F-18, aviones de reconocimiento y patrulleras en las costas de la isla de Baffin. Estados Unidos mantiene la postura de que cualquier medida unilateral, por parte de Rusia u otro país, no tendrá ninguna validez jurídica. A su vez, Noruega, más de la mitad de cuyas aguas territoriales se encuentran dentro del círculo polar ártico, ya desplazó el pasado año mil kilómetros al norte el centro de mando de sus Fuerzas Armadas.

Rusia justificó su ambiciosa política con respecto al Ártico aludiendo a la creciente actividad de la OTAN como bloque y de otros países asiáticos, como China, que no pertenecen al Consejo Ártico. En esto los rusos coinciden con EEUU, Canadá y el resto de países, que se pusieron de acuerdo en mayo pasado en la reunión de ministros de Exteriores celebrada en la autonomía danesa de Groenlandia, en cerrar al insaciable gigante asiático el acceso al organismo. 

Algunos de los países interesados en acceder al Ártico consideran un anacronismo que la Antártida sea un territorio al que tengan acceso todos los países, mientras en el Ártico rija la Convención de las Naciones Unidas sobre la Ley del Mar de 1982, en virtud de la cual sólo los países costeros tienen derechos soberanos sobre las plataformas continentales adyacentes. Se aceptan apuestas a que ni Rusia ni EEUU lo permitirán.

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